Nuestra vida está preñada de actos rutinarios que repetimos diariamente: levantarnos; asearnos; preparar el desayuno; preparar y asear a los hijos o hermanitos menores; enviarlos a la escuela; tomar el minibús o el trufi para ir a estudiar o a nuestro trabajo; volver a nuestra casa, repasar las lecciones; ponerse a trabajar en su taller o tienda…y así sucesivamente día a día.
Muchas personas llaman a estas acciones rutinarias: “EL TERRIBLE COTIDIANO”, por la carga que llevan de sufrimiento y penalidad.
Si no ponemos ganas, ánimo y entusiasmo en todo lo que realizamos, nuestras vidas se convertirían en un infierno. Pero si no perdemos de vista el porqué y para qué hacemos estas cosas, hallaremos motivaciones para seguir caminando.
De vez en cuando se rompe esa rutina con una fiesta, una reunión social u otros acontecimientos. Pero la vida se caracteriza por ello: por hacer una serie de cosas ordinarias y que deberíamos hacerlas de manera extraordinaria: ¡he aquí el secreto de la felicidad!
Ya nuestro Señor Jesucristo nos decía: “En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Cf. Jn 16,33).
domingo, 28 de noviembre de 2010
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