De todas las reflexiones del 2008, 2009, 2010... ¿Cuál les llamó más la atención, y por qué?

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lunes, 8 de noviembre de 2010

93.- NO PERDER DE VISTA EL OBJETIVO

Nuestras vidas son como un viaje en avión. Si tenemos claro nuestro destino (=objetivo), no temeremos las dificultades y contratiempos que se presenten en la ruta.

En primer lugar: Siempre da miedo despegar de la pista de aterrizaje. Todo inicio, pues, cuesta lo suyo.

En pleno vuelo, el avión tambalea por las diversas corrientes de aire; se ven formas terroríficas en la conformación caprichosa de las nubes; atravesamos en medio de un manto tupido de ellas que forman como una muralla inexpugnable. Otras veces, se presentan rayos y tormentas en pleno vuelo, y nos da la impresión que el avión se va a precipitar a tierra.

Sin embargo, tenemos bien amarrados los cinturones y confiamos en la destreza de los pilotos que nos llevarán a buen término.

Así también pasa en nuestras vidas: si tenemos claros nuestros objetivos, es decir el “por qué” de nuestras vidas, no temeremos los contratiempos y problemas. Y si tenemos buenos consejeros (padres, maestros, amigos…) sabremos que estamos en buenas manos para llegar bien a nuestro destino.

Y con la ayuda del Gran Piloto diremos: “Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me inspiran confianza” (Cf. Salmo 23[22], 4).

92.- EL PODER DE LAS PALABRAS

Cuentan que un maestro oriental estaba en casa de una familia recitando una oración a un niño enfermo.
Un amigo de la familia que observaba se le acercó al final de la oración y le dijo: “Dígales la verdad, unas palabras no van a curar a este niño; no los engañe”.
El maestro se volvió, lo insultó y le contestó gritando que no se metiera en el asunto.
Este maltrato verbal sorprendió muchísimo al amigo de la familia, pues los maestros orientales nunca se alteran, ya que se caracterizan por ser ecuánimes.
El amigo después se sonrojó, se alteró y empezó a sudar profusamente.
Entonces el maestro lo miró con amor y le dijo: “Si unas palabras te ponen rojo, te alteran y te hacen sudar, ¿por qué no pueden tener el poder de curar a este niño?”…
Ya San Pablo decía a los Corintios: “Cuando les hablé y les prediqué el mensaje, no usé palabras sabias para convencerlos. Al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios” (Cf. 1 Cor 2,4).