Cuentan que un maestro oriental estaba en casa de una familia recitando una oración a un niño enfermo.
Un amigo de la familia que observaba se le acercó al final de la oración y le dijo: “Dígales la verdad, unas palabras no van a curar a este niño; no los engañe”.
El maestro se volvió, lo insultó y le contestó gritando que no se metiera en el asunto.
Este maltrato verbal sorprendió muchísimo al amigo de la familia, pues los maestros orientales nunca se alteran, ya que se caracterizan por ser ecuánimes.
El amigo después se sonrojó, se alteró y empezó a sudar profusamente.
Entonces el maestro lo miró con amor y le dijo: “Si unas palabras te ponen rojo, te alteran y te hacen sudar, ¿por qué no pueden tener el poder de curar a este niño?”…
Ya San Pablo decía a los Corintios: “Cuando les hablé y les prediqué el mensaje, no usé palabras sabias para convencerlos. Al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios” (Cf. 1 Cor 2,4).
lunes, 8 de noviembre de 2010
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