De todas las reflexiones del 2008, 2009, 2010... ¿Cuál les llamó más la atención, y por qué?

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domingo, 28 de noviembre de 2010

96.- HACER EL BALANCE GENERAL

Toda empresa acostumbra a realizar un balance general al año para poder ver cómo anda el estado financiero de dicha institución: ver los ACTIVOS (es decir lo que la organización posee), los PASIVOS (sus deudas) y obtener el PATRIMONIO NETO (que es la diferencia entre los anteriores).
El balance general, por lo tanto, es una especie de radiografía que muestra la situación contable de la empresa en cierta fecha determinada. Gracias a ese documento, el empresario puede tomar decisiones vitales: activar algunas inversiones, rectificar otras, o simplemente anularlas, etc.
De igual manera sucede en nuestra actividad como seres humanos, y universitarios de la ULS en especial: es bueno revisar en este final de año nuestros “activos”, es decir las cosas que hemos aprendido, lo que hemos hecho de positivo, cómo hemos invertido nuestro tiempo y energías, etc….Asimismo, hemos de ver nuestros “pasivos”: nuestras falencias, errores, pérdidas de tiempo, cosas no estudiadas o hechas a conciencia… y tomar decisiones para el próximo año que ya se avecina: rectificar hábitos, potenciar otros o desechar varios de ellos que impiden nuestra plena realización. En otras palabras: HACER UNA REVISIÓN DE NUESTRAS VIDAS, ACTITUDES, COMPORTAMIENTOS.

Cf. http://reflexioneslasallistas.blogspot.com

95.- “EL TERRIBLE COTIDIANO”

Nuestra vida está preñada de actos rutinarios que repetimos diariamente: levantarnos; asearnos; preparar el desayuno; preparar y asear a los hijos o hermanitos menores; enviarlos a la escuela; tomar el minibús o el trufi para ir a estudiar o a nuestro trabajo; volver a nuestra casa, repasar las lecciones; ponerse a trabajar en su taller o tienda…y así sucesivamente día a día.
Muchas personas llaman a estas acciones rutinarias: “EL TERRIBLE COTIDIANO”, por la carga que llevan de sufrimiento y penalidad.
Si no ponemos ganas, ánimo y entusiasmo en todo lo que realizamos, nuestras vidas se convertirían en un infierno. Pero si no perdemos de vista el porqué y para qué hacemos estas cosas, hallaremos motivaciones para seguir caminando.
De vez en cuando se rompe esa rutina con una fiesta, una reunión social u otros acontecimientos. Pero la vida se caracteriza por ello: por hacer una serie de cosas ordinarias y que deberíamos hacerlas de manera extraordinaria: ¡he aquí el secreto de la felicidad!
Ya nuestro Señor Jesucristo nos decía: “En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Cf. Jn 16,33).

lunes, 15 de noviembre de 2010

94.- NUESTRA ACTITUD ANTE LOS PROBLEMAS

Roger Crawford nació con ectrodactilismo, es decir que sus extremidades no habían desarrollado normalmente, pues parecían muñones, y tuvieron que amputarle un pie.
Sus padres le dieron una excelente educación y lo enviaron a la escuela pública como una persona normal, donde además practicó deportes.
Él comentaba posteriormente: “Algo que mis padres nunca hicieron fue permitirme sentir pena de mí mismo, o que me aprovechara de la gente debido a mi incapacidad física”. Por eso su actitud positiva y proactiva en la vida.
Un día, una persona le solicitó una entrevista. Cuando Roger acudió a la cita, se encontró con un hombre mayor que él y con el mismo problema físico, pero que trasmitía amargura, pesimismo y culpaba a todo el mundo por sus decepciones en la vida y fracasos en su anatomía.
En nuestras vidas nos encontraremos con una serie de problemas: algunos con solución y otros insolubles. Pero dependerá de nuestra actitud ante los mismos para caminar por la vida: unas personas serán optimistas, animosas, con muchos proyectos…Otras irán por la vida derrotadas, desanimadas y echando la culpa a los demás de sus fracasos.
Ya Job lo decía claramente: “Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males?” (Cf. Job 2,10).

http://reflexioneslasallistas.blogspot.com

lunes, 8 de noviembre de 2010

93.- NO PERDER DE VISTA EL OBJETIVO

Nuestras vidas son como un viaje en avión. Si tenemos claro nuestro destino (=objetivo), no temeremos las dificultades y contratiempos que se presenten en la ruta.

En primer lugar: Siempre da miedo despegar de la pista de aterrizaje. Todo inicio, pues, cuesta lo suyo.

En pleno vuelo, el avión tambalea por las diversas corrientes de aire; se ven formas terroríficas en la conformación caprichosa de las nubes; atravesamos en medio de un manto tupido de ellas que forman como una muralla inexpugnable. Otras veces, se presentan rayos y tormentas en pleno vuelo, y nos da la impresión que el avión se va a precipitar a tierra.

Sin embargo, tenemos bien amarrados los cinturones y confiamos en la destreza de los pilotos que nos llevarán a buen término.

Así también pasa en nuestras vidas: si tenemos claros nuestros objetivos, es decir el “por qué” de nuestras vidas, no temeremos los contratiempos y problemas. Y si tenemos buenos consejeros (padres, maestros, amigos…) sabremos que estamos en buenas manos para llegar bien a nuestro destino.

Y con la ayuda del Gran Piloto diremos: “Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me inspiran confianza” (Cf. Salmo 23[22], 4).

92.- EL PODER DE LAS PALABRAS

Cuentan que un maestro oriental estaba en casa de una familia recitando una oración a un niño enfermo.
Un amigo de la familia que observaba se le acercó al final de la oración y le dijo: “Dígales la verdad, unas palabras no van a curar a este niño; no los engañe”.
El maestro se volvió, lo insultó y le contestó gritando que no se metiera en el asunto.
Este maltrato verbal sorprendió muchísimo al amigo de la familia, pues los maestros orientales nunca se alteran, ya que se caracterizan por ser ecuánimes.
El amigo después se sonrojó, se alteró y empezó a sudar profusamente.
Entonces el maestro lo miró con amor y le dijo: “Si unas palabras te ponen rojo, te alteran y te hacen sudar, ¿por qué no pueden tener el poder de curar a este niño?”…
Ya San Pablo decía a los Corintios: “Cuando les hablé y les prediqué el mensaje, no usé palabras sabias para convencerlos. Al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios” (Cf. 1 Cor 2,4).