La programación de cualquier trabajo es
muy oportuna para lograr cumplir los objetivos que uno se propone en una tarea,
en una empresa, en un centro educativo, etc.
Esta programación tiene implícita la
esperanza que tenemos que se cumplirá, a pesar de algunos imponderables e
impasses que puedan surgir en el camino.
Dicha esperanza se ejercita cuando se
trabaja con un programa, con una guía y un calendario, es decir, cuando se sabe
qué se debe hacer, cómo se debe hacer, quién lo debe hacer, cuándo se debe
hacer y con qué recursos contamos para poderlo hacer.
Para los que somos creyentes, nuestra
programación no niega a Dios la posibilidad de actuar con su gracia; al
contrario, el laborar bajo una detallada programación ofrece a Dios las
ocasiones para su actuación divina, pues ponemos las cosas en “sus manos”.
Un programa bien pensado, estructurado y
elaborado es muy necesario y abre las puertas al Altísimo para que éste pueda
actuar.
Parafraseando a Ignacio de Loyola diremos
que “hay que hacer las cosas como si dependieran totalmente de nosotros, pero
los resultados hay que dejarlos en manos de Dios”.
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