Los nacidos entre el 80 y el 90 hemos visto al mundo pasar por cambios impresionantes. Crecimos sin Internet ni celulares, pero hoy no podemos imaginarnos la vida sin ellos; vimos como el cassette era reemplazado por el CD y luego éste por el iPod; fuimos testigos de la clonación de la oveja Dolly.
Nuestra aún corta vida ha estado marcada por el cambio constante y éste parece ser la norma que rige el paso del tiempo. Todo cambia y lo nuevo es mejor que lo viejo, o al menos eso es lo que nos han hecho creer. Los medios de comunicación tienen una vasta presencia, marcan nuestro ritmo de vida, e incluso nos dicen qué comprar o dónde ir.
Esta revolución en la información también ha afectado la forma de comunicarnos: fuimos la primera generación que creció con el correo electrónico, el chat y los “msjs d txt”. Hoy podemos hablar y tener videoconferencias en tiempo real desde casa, tal como lo veíamos en los Supersónicos. De esta forma, las distancias pueden muchas veces parecer insignificantes.
Ciertamente, el mundo en el que vivimos es muy distinto al mundo en que vivieron nuestros padres y es normal que los jóvenes nos consideremos muy diferentes a ellos, tal como ellos mismos se consideraban distintos de nuestros abuelos hace algunas décadas.
El mundo de hoy ha logrado grandes avances y ha superado muchas dificultades. Aún así, ser joven nunca es tarea fácil y las dificultades del siglo XXI son distintas a las que enfrentaron nuestros padres y abuelos. Hoy vivimos rodeados por una “cultura de muerte”, donde el gusto y el disgusto parecen ser la medida de todas las cosas, y se pierde el sentido de la búsqueda por lo bueno y lo verdadero, mientras que el dolor y el sufrimiento son vistos únicamente como males que deben ser evitados a como dé lugar.
¿Por qué esperar llegar a viejos y lamentarnos por lo que no hicimos? ¿Por qué acomodarnos y darnos por satisfechos con la mediocridad? ¿Por qué no irradiar a todos con nuestro entusiasmo y energía? ¿Por qué no darlo todo para ser felices? ¿Por qué tenerle miedo a lo auténtico?
Los jóvenes, de hoy y de antes, somos audaces y entusiastas, estamos llenos de anhelos e inquietudes, sentimos que podemos cambiar el mundo. Los jóvenes no sólo somos el futuro, somos el presente. En nuestras manos está, desde donde nos corresponda, el marcar la diferencia y hacer de nuestra ciudad y de nuestro país, un lugar mejor, dando así, un auténtico sentido a nuestra vida.
lunes, 26 de abril de 2010
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