Hoy se habla a menudo del “síndrome del estudiante”, que consiste en que
muchos alumnos de primaria, secundaria y sobre todo universidad, posterguen la
entrega de sus trabajos, no repasen sus lecciones, no hagan sus lecturas
encomendadas, no se preparen para los exámenes, y los dejen para último
momento, ocupándose de otras cosas menos importantes e irrelevantes.
Es interesante ver también entre muchas personas, que dejan el pago de
sus impuestos, de sus tarifas de luz, gas o agua, de sus revisiones técnicas de
movilidades… para último momento. Cuestiona ver que un mes antes de Navidad las
tiendas y comercios no están tan abarrotados como el 23 o 24 de diciembre, en
que la gente compra productos a último momento.
A esta actitud se denomina “PROCRASTINACIÓN” (del latín: PRO=adelante, y
CRASTINUS= referente al futuro), es decir el hábito de aplazar las cosas que
deberíamos hacer casi de inmediato, enredándonos en tareas menos trascendentes
y en las que gastamos nuestro tiempo: TV, internet, juegos en red, deportes,
amistades, paseos, charlas, etc., mostrando así nuestra falta de voluntad, una
conducta evasiva, exceso de perfeccionismo, falta de confianza en uno mismo,
falta de organizar nuestras actividades y nuestro tiempo...
No en vano dice un antiguo adagio: “No
dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, y una manera de superar este
mal hábito, es darnos motivos para efectuar tal o cual tarea, convencernos que
cuando empecemos a hacerla no nos va a llevar mucho tiempo realizarla, y cuando
la hayamos culminado, comprobar que hemos hecho una buena labor.
Ya el mismo Jesucristo nos advertía: “No
se preocupen por lo que pasará mañana. Ya tendrán tiempo para eso. Recuerden
que ya tenemos bastante con los problemas de cada día” (Cf. Mt 6,34).
Cf.
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