Se narra que en Francia, durante la Edad Media, los reyes galos tenían sus tumbas en la Basílica de San Denis (a las afueras de París) y que era regentada por los monjes benedictinos.
Cuando un monarca fallecía, todo el séquito funerario se dirigía en procesión a esta gran iglesia, pero al llegar a ella, encontraba las puertas cerradas.
Un encargado tocaba las puertas de la basílica y un monje al interior preguntaba:
-¿Quién es?...
A lo que el edecán respondía:
-Es el rey de Francia que ha muerto y quiere ser enterrado aquí.
El monje volvía a preguntar desde el interior:
-¿Quién llama?...
Y el representante real contestaba:
-Es el Príncipe de Andorra, Conde de Barcelona, Duque de Orleans, Marqués de Bretaña.
El religioso volvía a la carga y preguntaba:
-¿Quién es?...
Y el representante real contestaba:
-Es un cristiano que va a ser enterrado.
Entonces recién se abrían las grandes puertas del templo para que ingrese el cortejo fúnebre, y puedan realizarse las exequias.
Con este rito, los monjes querían dar a conocer a la gente que ante la muerte no valen títulos, prebendas, ni dignidades. El mejor título es el ser cristiano, hijo de Dios.
martes, 27 de abril de 2010
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