De todas las reflexiones del 2008, 2009, 2010... ¿Cuál les llamó más la atención, y por qué?

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martes, 27 de abril de 2010

68.- CONVERSIÓN DE SAN PABLO

Este año la Iglesia Católica está celebrando el bi-milenario del nacimiento de San Pablo de Tarso.
Este perseguidor y enemigo acérrimo de los primeros cristianos y que incluso presenció el asesinato de alguno de ellos (Esteban), sin embargo se convirtió en un ferviente difusor del Evangelio.
¿Qué es lo que produjo en él tal cambio?...
Él mismo nos lo cuenta en Hechos de los Apóstoles (capítulo 9) cuando solicitó cartas y poderes al Sumo Sacerdote de los judíos para arrestar a los cristianos.
Cuando se dirigía a la ciudad de Damasco, lo envolvió una luz potente y escuchó una voz que le preguntaba: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” persiguespersigues?”. persigues?”…
Él quedó anonadado ante tal experiencia de lo divino, que según algunos antropólogos dicen que es una experiencia “tremens” y “fascinans” al mismo tiempo, es decir: terrorífica y fascinante.
Otros más escépticos dicen que Pablo sufrió de algún problema epiléptico, que le hizo ver estas visiones, producto de un cerebro enfermizo.
Sea lo que fuere, es innegable que tuvo una profunda experiencia de Dios que transformó radicalmente toda su vida y le hizo anunciar a Jesucristo muerto y resucitado a todos los que encontraba, hasta tal punto de decir:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada?...Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó” (Cf. Rom 8,35-39).
Para nosotros, el cristianismo no es una filosofía, o una moral, o una religión más. Sólo seremos cristianos si nos encontramos con Jesucristo el Señor, que ciertamente no se nos mostrará de esa forma irresistible, luminosa, apoteósica, como lo hizo con Saulo, para convertirlo en Apóstol de todas las gentes, sino que lo encontraremos en el “terrible cotidiano” de cada día, en el encuentro con los demás, entre nuestras luces y sombras, entre nuestros aciertos y desaciertos.
Ojalá podamos repetir y hacer nuestras las palabras de San Pablo:
“Sé en quién he puesto mi confianza”.

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